martes, abril 11, 2006

Niké automovilista



Pues, señores, yo..., dicen que conduzco muy bien los automóviles. Me lo han dicho tantas veces que he llegado a creérmelo. Por si tenía alguna duda, el ver las fotografías que mi hijo Rafael ha seleccionado para mi "blog", ha acabado por disiparla, aunque me ha hecho rememorar nostálgicamente: "No me creo que yo hiciese tantas cosas..."

Pero empecemos por mi pequeña historia automovilística, señalando en primer lugar que el gran promotor fue mi padre, Javier Adarraga Gorrochategui. El primer vehículo que manejé fue una bicicleta en la que,como en todas,elmotor lo componía el corazón y las piernas. Lo de la afición al ciclismo ha sido siempre "leiv motiv" de los Adarragas.

A los nueve años manejaba, y muy airosa, una Mobilete; después pude cabalgar en aquel prodigio italiano que se llamó Vespa (tuve dos). Después conseguí una Lambreta que hizo que mis desplazamientos fueran más largos y sujetos a menos control familiar.

De la Lambreta pasé a practicar con coches de la familia, y ¡por fin! tuve mi propio coche: Nunca olvidaré aquel mini Lo-25051 ¡tan valiente!, que me proporcionó tantas alegrías y triunfos; entre éstos señalo los para mí más importantes:
  • "La bien aparecida" en Ampuero,
  • Clavijo,
  • Arnedo,
  • Nieva,
  • Bilbao,
  • El Rasillo,
  • Rallye de La Rioja,
  • Valvanera
  • y como colofón la prueba Bilbao-Davos.

No he podido hacer la París-Niza , pero todo se andará. Espero que en este maravilloso trance me acompañe mi amiga y copiloto Maite Sáenz Gamarra, con la que tantos kilómetros recorrimos.

Comentario de Rafael: Pues yo, señores..., conducir, conduzco muy mal; como a las cabras sólo me gustan los coches que tiran al monte. A mí (ya disculparán) me gusta la poesía, y por eso me gusta la foto que encabeza este escrito, esta foto es una poesía a esta nueva diosa de la victoria, NIKÉ, que con su mirada nos anima a aumentar nuestra dulzura al el mirar el mundo y con su gloriosa sonrisa hace de este nuestro mundo su más rendido enamorado. No digo nada de la corbata, pues ésta requeriría unos versos endecasílabos, bien medidos, para construir un feliz soneto.